domingo, 4 de abril de 2010

Un frasco de boticario.

No puedo andar ni atrás, ni adelante. En realidad siempre he estado atrás. No escondida, pero tú si me llevabas algunos pasos de ventaja. Tú siempre solitario, tú siempre individual. Yo separada por un silencio ensordecedor. Un silencio que apaciguaba todo, eso creías tu. Un silencio que ocultaba, pero sin embargo dejaba ver muchas cosas. Desde que empecé a andar atrás, tenía la oportunidad de ver con claridad el panorama. Me encontraba con pequeños detalles en el suelo, que tú no veías, y que yo decidía recoger. Un día mis pasos se toparon con un frasquito de boticario. Transparente y puro. Vacío. Era para guardar lo más preciado. Chiquito, porque las grandes cosas siempre vienen en porciones pequeñas (eso es lo que dicen). Tú seguías adelante, nunca volteabas a verme, a preguntar como iba el camino atrás. No parabas. No te ofrecías a esperarme. Yo a veces tenía que correr, me agitaba y no tenía ni un vaso de agua. Al principio yo entendía que tenías prisa, que tú me estabas guiando. Por eso mantenía tu ritmo. Para no perderme, para no perderte de vista. Pero aunque te gritara, tú no escuchabas, el silencio te sofocaba, hasta a veces parecías ciego. Como si una nube, se te haya cruzado en el camino. El frasquito lo llevaba cerca de mí siempre, en una mano, o en mi mochila. Era lo único que me calmaba. Lo sacaba con frecuencia para llenarlo de cosas bonitas que veía en el camino, con la esperanza de regalártelo algún día. Para que vieras, como yo atrás de ti, había sido así de feliz. Y quería que te imagines como lo sería si estuviera a tu ritmo, a tu lado, ayudándote a eliminar esas nubes que muchas veces te llovían encima. Pero las vendas en los ojos no se iban. Poco a poco, por cansancio y para saciar mi sed, llenaba ese frasquito, puro y transparente, con algunas de las lágrimas que podía recuperar. El frasco era chiquito y a pesar que muchas veces estaba cerca de llenarlo. Por las mañanas, siempre aparecía vacío, o con muy pocas gotas. Pasaba que por las noches antes de irme a dormir, lo dejaba abierto, entonces estas gotas retornaban a las nubes. A las nubes que se topaban contigo, pero que tú no lograbas ver. Mi desesperación por detenernos alguna vez, para tomar unas gotas, iba creciendo y de pronto la poción que iba juntando en el frasquito transparente y puro, se volvió oscura. Ahora era casi morada con toques azules. Reflejaba las noches solitarias, sin luna, sin estrellas. Ese líquido era más espeso, más denso cada vez, por lo tanto más difícil de evaporar. Esta vez el frasco se llenó con velocidad, pero ya no me provocaba beber de él. Es mas, a veces ni deseaba verlo, porque me entristecía ver esa sustancia que yo emanaba. Tu mientras tanto, seguías adelante, a veces parecía que retrocedías, que me estabas esperando. Pero todo era una ilusión. Un simple espejismo provocado por mi deshidratación. El frasco se llenó, la tapita de corcho solo lograba entrar con esfuerzo. Ahora yo ya no tengo donde colocar mas de esa sustancia. Tú, ahora corres. Y yo con más fuerza y velocidad me canso. Podría darme media vuelta y seguir otro camino. Pero no se qué existe que me liga a seguir por ese que nos une. Yo creo que esa esencia tiene parte de ti y necesita reunirse contigo. Volver a su origen y dejarte ver las cosas con claridad una vez más. Ahora yo quiero liderar el paso, pero solo porque me embriagué de rencor.

1 comentario:

Ari dijo...

preciso para este momento.

te leo

un beso