viernes, 2 de abril de 2010

Todas las hojas son del viento.

Toda la escenografía era morada, con toques azules, con un brillo especial. El camino era de adoquines, estaba descalza y sentir el contacto de los pies con el pavimento era algo particular. Las hojas de los árboles eran color aceituna y la noche estaba alumbrada por la luna. No había ningún rastro de verde aunque lo sentía presente. Los tambores se escuchaban a los lejos, provocándola, hipnotizándola. Por ultimo, guiándola. La tierra rozaba sus dedos con una fuerza desconocida que la conectaba con el suelo. A veces, el frío del pasto esporádico la aliviaba. La música seguía sonando, seguía invitándola, acompañándola. No sentía miedo, estaba segura pero excitada, no sabía lo que le esperaba. La melodía sonaba cada vez más fuerte, ya formaba parte del ambiente y se le metía hasta por los pies. Quería correr, bailar. La percusión era provocativa, la incertidumbre reducida pero conforme se iba acercando a la fuente esta crecía. El inicio de esos sentimientos la esperaba. Las notas la rodeaban cada vez más generando un brillo a su alrededor que al parecer la hacia volar. Al llegar, la música era tan potente que parecía evitar su ingreso. La única condición para formar parte de todo ello era dejar sus prejuicios y limitaciones en el cuarto de los abrigos. Todas esas grandes criaturas que se encontraban celebrando, sin duda no eran humanas. Festejaban su libertad y eran felices. La fiesta era una mezcla singular de personajes que habían optado por dejar sus disfraces a un lado. Había piratas, gigantes, toros, de todo, hasta lo inimaginable. Por un momento, y lo que duro la fiesta, pudo ser libre, estaba embriagada de la melodía. Sonrió y conversó abiertamente. Compartió muchas cosas y bailó con actitud. Estaba exhausta, solo recuerda haber amontonado hojas color aceituna que se encontraban esparcidas por el piso y se recostó calmada, feliz. El sueño fue profundo. Al despertar, vio a su costado el traje humano, lleno de defectos, de limitaciones. Se sintió decepcionada y una suave melodía rozó su rostro pálido: “toca la puerta cuando quieras”.

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