domingo, 14 de noviembre de 2010

Me atormenta…

El ruido de la computadora.
Las horas que se pasan tan rápido.
Los sentimientos.
Mis indecisiones.
Tus acciones.
El no saber que música escuchar.
El no poder avanzar.
El no poder concentrarme.
Los ojos llorosos.
La caída del pelo.
La desesperación que tengo.
Y la forma de canalizarla.
No poder decir que te quiero.
O querer decirte eso.
El número de días que faltan.
La escultura que no he hecho.
Las llamadas a último minuto.
El frío después de una ducha.
Soñar cada noche que todo está bien.
Despertar y acordarme de cual es la realidad.

Quería librarse.

Estaba al borde del precipicio. El cuerpo se encontraba abandonado desde hacia ya mucho tiempo, pero la herida parecía fresca. Del cuerpo todavía emanaba prueba del dolor, del sufrimiento. El charco de esa sustancia era inmenso pero no lo suficientemente grande para arrastrar al cuerpo al precipicio. No se convertía todavía en una catarata pero faltaba poco. Cada vez el charco crecía con mayor velocidad. El cuerpo quería caer, quería ser libre, quería olvidar todo lo que le había sucedido y a su asesino también. Pues el recuerdo le hacia doler y aproximarse más a la caída. Pero la falta de precisión del autor no dio por terminado el crimen. Y ella sigue sufriendo.