viernes, 30 de octubre de 2009

Sueño

Ya había despertado, su cabeza estaba llena de las cosas que tenía que hacer. Por un momento, se olvidó de su invitado y su presencia. Al segundo, el monstruo entró en su habitación e interrumpió su concentración. No la dejó seguir observando el edificio vecino que se balanceaba con el viento y con el intenso movimiento de las niñas. Pronto iba a caer, ella lo sabía. Temía por Andreita. No quería que le ocurriese nada. Fue entonces, cuando escuchó los gemidos del gigante rosado que le recordaron a su huésped por esa noche. Salió de la habitación y se dirigió a la sala, bajó las gradas y lo vio. Ahí estaba él, sentado en la sala con sus hermanos, como si fueran amigos de toda una vida. Tenía la cara soñolienta y llevaba puesta una camisa azul con líneas rosadas. Ella ya la había visto antes, le era familiar. De pronto, una sensación de emoción, una ráfaga de aire caliente recorrió por su interior. Estaba feliz de verlo después de tanto. Atinó a sentarse en sus piernas y lo abrazó. El gesto fue suave pero preciso para indicar cuanto se habían extrañado el uno al otro. En ese momento, todo el resto desapareció. Por un instante, recuperó lo que había perdido, esa paz que otro te transmite al estar a su lado. Luego de una infinidad placentera, se encontró con la mirada de su madre. Sus ojos le decían que era hora de pararse. Lo llevó, entonces, a su habitación, para mostrarle, a través de la ventana, el balanceo constante de la masa de concreto a punto de estallar, por el caos en su interior.