martes, 1 de febrero de 2011

Sin título

Estábamos cogidos de las manos, esa conexión era suficiente, era como en el sueño, pero esta vez era real. Sin embargo, las sensaciones de tenerte tan cerca eran como un sueño. Te quería, me sentía cómoda, me sentía querida, me sentía liviana como la niebla fresca. Con sólo cerrar los ojos puedo recordarlo todo y sentir esos abrazos de descanso, de confianza, de no querer decir nada más, pero saber que todo está dicho. Son como caminar bajo esa lluvia amarilla de Enero y sentir los dedos entrelazándose, como si siempre hubieran pertenecido juntos. Yo te buscaba la mano y tu respuesta me bastó.

Llegamos y tú estabas detrás de mí. Siempre detrás de mí. Era evidente que veníamos juntos, pero nuestra relación no lo era, ni nosotros lo sabíamos. Se fue dando poco a poco.

No pude dejar de pensar en tus palabras, no podía saber con exactitud si las dijiste angustiado, incómodo o como yo quería escucharlas, o mejor dicho, como yo quería decirlas. Pero quiero creer que así como yo, pensabas lo mismo. Estábamos de las manos y al salir las palabras de tu boca yo te solté, con la esperanza de que no me dejes ir y me jales hacia ti, y digas que te gustaba así, que no importaba del modo en el que estábamos. Pero no fue así, yo solo me adelante unos pasos y en el silencio hubo un abrazo. Luego, volvimos a tomarnos de las manos, pero en ese silencio previo todo lo que teníamos que decir se dio por entendido.

Tu olor es dulce y amargo a la vez. No se regala. No me hace volar de inmediato. Es justo. Es preciso. Y luego, me acordé del latido de tu corazón. Era diferente al que ella estaba habituada. Era lento, era pausado, era muy bajo. Pero imagino que ese ritmo refleja tu interior. No tienes nada que ocultar, llevas paz en ti.

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