lunes, 11 de octubre de 2010

Es su naturaleza.

Quería ser prisionera del sol, ser interrogada por él y quedarse ahí hasta el atardecer. Contra esa pared. Hipnotizada, adormecida por el calor, cegada por su inmensidad y su autoridad. Quería ser prisionera y no poder escapar. Detenerse y observar como él le daba un nuevo significado a cada cosa que rozaba. Quería ser prisionera para no tener que luchar contra el tiempo. Quería poder capturar cada cosa que veía y relatarla, contártela. El sol no sólo era testigo, era el protagonista. Pero no la alcanzó, siguió su camino y ella también lo hizo, con las señales que le hacían compañía. Era su turno de atraparlas, de ser la carcelera. Se topó con pequeños destellos de color, como hace tiempo no ocurría, con un viejo diente de león esperando ser libre para cumplir algunos deseos y con el frasquito de boticario, esta vez vacío pero con unas ganas inmensas de ser llenado. Pero ella solo observaba, no lograba aventurarse y dar un paso más. Ella era la prisionera de sus propias condiciones. La fracturaban, la hacían incompleta… por eso buscaba las señales, por eso quería ser detenida por el tiempo y bajo el sol. Porque se dio cuenta de que tú eres el completo y ella solo trata de romperte.

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